Carlos Benito: “Es hora de sacar el científico que llevamos dentro…”
En Diario El Correo, Carlos Benito publica un artículo donde visibiliza curiosas innovaciones como el “cultivo de fresas” para comprobar la contaminación del aire, o destaca ‘apps’ para identificar ‘mosquitos tigre’…
El periodista pone de manifiesto que las iniciativas de ciencia ciudadana y comunitaria, abren la investigación a la sociedad y permiten «aprovechar el talento»… Sin duda, el principal objetivos que persigue Kopuru.com, la comunidad donde conviven e interactúan empresas y profesionales del mundo de la ciencia y la analítica de datos.
Ricardo Mutuberria suele decir que él es «biólogo desde pequeño». Y recuerda, por ejemplo, una vez que llegó la hora de comer y él no había vuelto a casa, aunque estaba lloviendo a cántaros: la familia salió a buscarlo y lo encontraron al otro lado de las vías del tren, empapado y absorto en la contemplación de una araña. Aquella curiosidad insaciable, que todos hemos compartido en alguna medida durante la infancia y de la que a veces nos hemos olvidado en la vida adulta, tiene mucho que ver con las vocaciones científicas y con la esencia misma de la ciencia. Ricardo estudió Biología, cómo no, para entender con más profundidad esa naturaleza que le fascinaba, pero el sistema le decepcionó, ya que en cierto sentido le mantenía alejado de lo que le interesaba: «No tuve oportunidad de entrar a un laboratorio hasta los 21 años –recuerda–. ¿Cómo vamos a fomentar las carreras científicas si nadie puede hacer ciencia? Imaginemos un futbolista que no puede dar una patada al balón, o un músico al que no se le permite tocar ningún instrumento: la ciencia es una manera de entender la vida, el universo, lo que ocurre a nuestro alrededor y dentro de nosotros, a través de la experimentación. ¡Es experiencia!», argumenta este vizcaíno, que hoy está al frente de Biook, una asociación que persigue la democratización de la ciencia y organiza el festival BBK Open Science.
Ya graduado, su trayectoria profesional le puso en contacto con iniciativas como el Genspace neoyorquino, el primer laboratorio comunitario de biología. Allí había chavales de 14 o 15 años que dedicaban el verano entero a sacar adelante proyectos para un concurso, o creadores inmersos en proyectos de bioarte que empleaban, por ejemplo, organismos bioluminiscentes, o un programa que analizaba las bacterias de un espacio contaminado para ver cuáles metabolizaban los tóxicos y acelerar su reproducción. También pasó por el Waag de Ámsterdam, en pleno barrio rojo, otro espacio donde la ciencia se abrazaba con las disciplinas más variadas: recuerda, por ejemplo, a una estudiante de la escuela de moda que quería dedicar su proyecto de fin de carrera a la utilización de piel de pescado para fabricar prendas y a los tintes orgánicos producidos por bacterias. Detrás de todas esas iniciativas latía la misma mezcla de aprendizaje y juego que hoy sigue hallando en sus talleres con escolares: «El otro día, empecé preguntando si alguno quería ser científico, y ninguno respondió. Acabamos el taller con nuestros microscopios autofabricables y estaban entusiasmados: de pronto todos querían ser científicos. Tú sacas uno de estos microscopios de 15 euros en un parque y se te forma un corro de niños que quieren ver hojas, pelos, flores, agua, hormigas…».
La ciencia ciudadana y comunitaria, un movimiento en auge en los últimos años, aspira a que todo el mundo pueda hacer ciencia, si es que le interesa. «En realidad ha existido siempre. Basta pensar en la astronomía amateur, por ejemplo, o en la micología, que tienen gente muy válida. Y también va a seguir existiendo siempre. Lo que ha ocurrido ahora es que internet brinda la posibilidad de movilizar a más personas y de comunicarse con gente que hace proyectos parecidos, y eso ha dado lugar a una explosión», aclara Francisco Sanz, director ejecutivo de Ibercivis, una fundación de Zaragoza que trabaja en impulsar la ciencia ciudadana. Sanz cita proyectos de la entidad como Make It Special, que pone en contacto al movimiento ‘maker’ (la aplicación de la filosofía ‘hazlo tú mismo’ a la fabricación de objetos de ingeniería, robótica, electrónica…) y a personas con necesidades especiales, para que los primeros diseñen y construyan los útiles adaptados que tanto precisan los segundos. O la iniciativa de una comunidad de vecinos del barrio zaragozano de La Almozara, llamado también ‘barrio de La Química’ por una vieja fábrica de ácidos y abonos, para comprobar el grado de contaminación de sus suelos y su peligrosidad para los niños.
«Este movimiento tiene dos patas –desarrolla Sanz–. Por un lado, se aprovecha el talento de la sociedad, que cada vez está más formada. ¡Hay muchísimas personas con ganas de hacer ciencia! Por otro, el científico profesional puede adquirir una cantidad ingente de datos, cuenta con una fuerza humana increíble y, muchas veces, aborda problemas que interesan más a la gente».
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